La invención del sujeto. Antonio Campillo.



Esto me hizo recordar el libro Identidad y Violencia, de Amartya Sen: Rechazar las identidades que generan violencia. (Nuestra identidad está compuesta de muchas identidades: profesión, religión, nacionalidad, etc, etc.)

La tesis del profesor Campillo, aparentemente más cercana al autor de la genealogía que al de la gramatología, dice que la identidad personal constituye la institución política más elemental, sin la cual no se puede pensar en las demás instituciones políticas, desde la familia hasta el Estado. Pero esa identidad personal,
y ahora nos acercamos a Derrida, es “constitutivamente paradójica”. En concreto, se constituye sobre cinco aporías: se trata de un objeto (algo físico y visible) y de un sujeto (algo psíquico e invisible); resulta algo compartido por todo un colectivo (sexo, clase, nación, religión) y algo exclusivo de cada sujeto individual; se trata de una herencia, pues cada uno se presenta como hijo de su tiempo y de su tierra, y también de algo inventado por él mismo; constituye “un efecto y un medio de las relaciones de poder”, pero a la vez “es el resultado y fundamento de las relaciones de responsabilidad”; y, finalmente, la identidad consiste tanto en una aspiración o en un anhelo como en una “carga de la que cada uno debe desprenderse para trascender los límites vigentes de lo humano” (p. 225). La indecidibilidad derridiana, la imposibilidad de elegir entre las alternativas, no se halla muy lejos de este discurso sobre el hombre que desea, de un lado, hacerse reconocer y respetar por los demás haciéndose un nombre propio, y, de otro, anhela la libertad que se oculta tras el anonimato. Se diría, además, que para Antonio Campillo la única solución radica en bordear tales deseos, en vivir en el pliegue, con el objeto de no convertirse ni en un fanático (la patología del nombre propio) ni en un cínico o cobarde (la patología del anonimato). 

Campillo critica especialmente todas esas filosofías que intentan despolitizar y naturalizar la institución de la identidad personal. Indudablemente, el sujeto constituye una invención lingüística, como señala la tradición fenomenológica y hermenéutica, pero no debemos olvidar que en esta emergencia adquiere una importancia fundamental las relaciones sociales de poder y dominio. A este respecto, Foucault ha buscado un sujeto que no fuera concebible como interioridad por descifrar. Por eso, la lección foucaultiana sobre “la compleja variedad de tecnologías bio-psico-médicas destinadas a la modelación y remodelación de las subjetividades individuales y colectivas” sigue siendo imprescindible (p. 230). Ahora bien, como todas esas tecnologías que se imponen desde fuera pretenden ocultar el origen político e histórico de la identidad personal, Antonio Campillo, siguiendo la estela del filósofo de las tecnologías del yo, propugna una “repolitización y rehistorización de los conflictos sociales” (p. 231).